Este conjunto residencial se concibe como una operación arquitectónica que dialoga con la memoria profunda del territorio. Frente a la tentación de ocupar, el proyecto opta por escuchar, reconociendo la geometría fragmentada de los restos y su particular comprensión del espacio doméstico.
A partir de este gesto inicial se desarrolla una serie de casas-patio que reinterpretan la morfología de los asentamientos ancestrales. Los patios no son vacíos residuales, sino núcleos que estructuran la vida interior; espacios de luz, sombra y ventilación que recuerdan la lógica de refugio y apertura del hábitat prehispánico. Su disposición genera una secuencia de llenos y vacíos que, más que imponerse, acompasa la topografía y preserva la lectura del lugar.
La implantación del conjunto evita líneas rígidas o trazas abstractas: cada vivienda se acomoda mediante desplazamientos, retranqueos y ligeras inflexiones que responden a la huella arqueológica. Este ajuste fino permite que la arquitectura contemporánea emerja como una segunda capa, reversible en su lenguaje, precisa en su presencia, evitando cualquier gesto invasivo. La materialidad propuesta —austera, mineral, vinculada al color y textura del entorno— actúa como puente temporal entre pasado y presente.